miércoles, 17 de marzo de 2010

Ophir

Arribé a Ophir y a los pies del dios de polimorfas apariencias, deposité
mi ofrenda como un viajero más que agradece la llegada al puerto
y previene la próxima partida, que supone no lejana, con dones
y dádivas ante los altares de extrañas y paganas deidades.

Ophir, la Bella, desparrama su blanco caserío por la falda
de la montaña, vecina al mar y por la fértil llanura; llanura
a la que el río, que llaman Escamandro, cerca y fecunda
con aguas brillantes; frescas riberas, verdes y olorosas.

De Ophir se cuenta, cuyos palacios son casas, que de ellos
en la noche, salen las veladas mujeres, criadas y princesas,
embozadas en grises mantos de niebla para ofrecerse, lascivas,
en danzas amorosas, a los oscuros marineros llegados
de todas las aguas, empujados por todos los vientos
y que de su unión nacen los reyes y los guerreros de la Invisible.

Hablan las blancas paredes y los negros frontispicios de Ophir,
la Dorada, la ceñida por calles estrechas y murallas altas,
de otras sombras travestidas, que de los precisos palacios,
buscan el sexo entre otros hombres y que los mismos u otros solitarios
marineros derraman la semilla en sus gargantas a cambio de amor,
de ricas sedas,  sabrosos vinos, de favores o de crímenes.

La flota de Ophir es poderosa, pero quien defiende a Ophir
no es la guerra, sino las noches lánguidas de Junio y Julio,
los cálidos abrazos, los muslos, las bocas. las nalgas,
las espaldas o los senos; los cuerpos que en Agosto elevan sus roces,
sus murmullos, sus caricias, al dios de polimorfas apariencias
en óbolo dichoso que la ciudad otorga feliz por la paz deseada.

Fue Ophir muchas veces caída en derrota pero, poco tiempo pasado,
al ocaso de la tarde podíase ver a su tirano rendido entre flores y vino
mientras su espada y su yelmo se cubrían de orín, abandonados
bajo el tálamo, a los pies preciosos de una bella escultura humana
de negros cabellos ensortijados o de hermosas manos de alabastro,
mientras de la ciudad entera subía el calor del verano hasta las sienes.

Otros, bajo los puñales que los capitanes de la guardia en las rojas
capas limpiaban de su sangre, yacían olvidados, víctimas del dios
hermoso que cerró las ambiciosas luces de sus caras con la negra
mano de la Muerte, comprada con plata dorada entre sus propias huestes.

El viajero respeta Ophir y le rinde homenaje entre vapores de incienso
y suaves telas; mas parte y desde la alta popa de su navío despide
la blanca concha de su bahía, incandescente en el crepúsculo, porque
no es en Ophir donde su alma desea descansar. Aún es pronto, la mar
se extiende como una incógnita muralla de aterciopeladas aguas, tendida/
como una hembra preñada de futuros y el navegante, aún curioso,
pretende saber qué se esconde más allá, donde el refulgente sol se vela
y se esconde cada noche mientras su pálida hermana, de trenzas de plata,/
de nácar y corales ornada comienza a reinar, rielando, entre las olas.

Nicolás Calvo
Madrid
Marzo 2010

3 comentarios:

  1. Próxima parada, Ophir. Voy a presentar mis ofrendas y, espero, a recibir sus dones. Quizá no vuelva.

    Magnífico, Nicolás, aunque esto no es ninguna novedad. Espero con placer anticipado el resto de "inepcias del torpe amanuense".

    ¡Evohé, cómo no!

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  2. mmmmmmmmmm.... seguiremos leyendo....

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