viernes, 26 de febrero de 2010

La noche y la esperanza a las puertas

La noche despierta en mi
temores ocultos que viven
bajo la piel de cada hombre
y no basta la inabarcable inmensidad
del cielo, ensortijado de planetas,
para calmar el ansia, la angustia,
que en la profundidad de mi alma
anidan, como en la de toda criatura
que, sobre este mundo nace
entre sangre, lágrimas y si
Fortuna la toca, amor.

No deseo, al fin del día,
la persiana bajada que me aparta
de la acera que bordea la calle
y me acerca al muro interior
que separa del flujo feliz
de la vida, a la que, con los ojos abiertos
contemplo, día día, esperanzado.

A lo mejor es la esperanza
la que fluye entre mis dedos
y la que se escurre ya, sin la posibilidad
de aferrarla e hincándola en lugar seguro,
hacer florecer en una planta
de robustas raíces, de profundos colores
de vida espléndida, siempre futura.

¿Deberíamos matar la esperanza
que nos remite, sin remedio, a ese futuro
siempre alejado, a ese horizonte
inalcanzable, postergado y vivir
ausentes de mañana, cada hora
plantados como rocas en el presente
incólume de los días?

Quien no espera, construye
el mundo a su alrededor
y eleva el instante de forma
inconmensurable. Vive
cada minuto como la preciada
joya que su ser representa:
el instante presente e infinito
hasta el día de la consumación.

Mas no me educaron así y mis ojos
siempre estuvieron un palmo por delante
de mis pies, unos milímetros por delante
de mi escritura, unos segundos
por delante de mi corazón, puestos siempre
en la esperanza, no de algo mejor,
sino más lejano; proyectados al tiempo
y a la distancia que orbitan más allá
de los terrestres cuerpos cautivos.

No puedo abandonar la esperanza,
siquiera ésta fuese la de que
el siguiente dolor durase menos
y la próxima alegría dejase aún
paso a la escurridiza sonrisa
sucesiva de otro nuevo rayo de sol
sobre mi cara alzada al mediodía.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

lunes, 22 de febrero de 2010

Alejandra Pizarnik sentada para siempre en la Librería Clásica y Moderna

¿Qué más podrían decir ese poema y esa mirada
viniendo de tan adentro
que mi lámpara no alcanza a definirlos?

¿Cómo aquilataste, Alejandra, el peso de una pierna
sobre otra para alcanzar un frustrado equilibrio
de emociones vacías hasta las altas horas
de la Vida y de la Muerte?

¿Cómo, Alejandra, te volviste del revés
para encontrarte en la trastienda fugaz de tu vestíbulo,
sorbiendo poesía por los poros, sudando versos
por las uñas de tus dedos?

¿Donde te llevaron tus pies cuando te fuiste, cuando
tantas palabras te adoraban, cuando
tantos deseos te envolvían?

Los mejores te escribieron, desolados. Querían
saber más de ti. Tu te callaste.
Los versos que dejaste arremangados en la mesa
nos despiertan el alma a borbotones.

Alejandra, qué tarde y qué temprano
te encontré a la puerta. No compensa
el puñado de líneas que te escribo
el dolor de tus ojos cerrados,
tu soledad ante el muro y la ventana.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

miércoles, 17 de febrero de 2010

La ciudad y el navegante

No hay aceras por la que no discurra
nada distinto de la indiferencia, la prisa o el hastío.
Ojos hueros, negros, azules, sin color
aparente. Bocas cerradas, puños apretados.
¡Taxi, taxi!, voces, rumores. ¡Que molesto
es el sudor del aburrimiento!, de la rabia sorda.

En los sótanos de la ciudad la multitud
marca con sus pies un eco de frustración
y soledad.

Pequeños futuros se escapan, hora a hora,
por la rejilla de ventilación del suburbano.
Imposible captar el devenir de las conductas,
hoy menos menos definidas, menos claras que ayer.

Loa gestos cansados de los que no
abundan en el ocio contrapuntean
las sonrisas de los recién devueltos
al trabajo. Sólo es cuestión de tiempo.

Los vaivenes del día y de la noche
soportan la ciudad. Abiertos a un parque
algunos edificios guiñan sus persianas
al sol. No vecinas, otras casas muestran
las melladas encías de sus viejos comercios.

Nombrar la ciudad puede engañar:
poco se distinguen. Grandes urbes
oliendo a petróleo y derivados,
sudor de tarde y nubes heterogéneas.
A veces cambia el modo en que el crepúsculo
incide en las ventanas al caer la noche.

Hay ciudades más grises, más despojadas,
sonoras o más violentas que otras,
pero cada una guarda su cuota
de marginación y desespero con avaricia.

No quieren ser desposeídas del poder de la serpiente.
Terror y fascinación son patrimonio común
de sus numerosas mezquindades.

La ciudad se extiende, ramificada,
hongo inmenso que emerge a tramos, generando
subcolonias de hedor y sufrimiento.

Sólo quien viva la ciudad como un soporte
puede optar a una posible superviviencia:
la del navegante sobre la región sin márgenes,
aquel que suele la ciudad sin habitarla,
sin ceder a ella ni un minuto de existencia,
no queriendo una casa, un barrio, una calle;
viviéndolas todas por igual, sin peso ni preferencia.

Navegante esquinado y leve como un soplo,
fundador de amistades en bares no vueltos a visitar,
observador de vidas, vigilante de cristales,
presencia sin reflejo, paseante de avenidas
solitarias, nocturna ave de lúcidas pupilas.

Ni un sólo empalme, ni una conexión:
la toma de tierra es peligrosa;
el aire sólo al aire pertenece,
el fango es adhesivo y forma sedimento.

Sólo el que es capaz de no insultar a la ciudad
podrá desnudarla, mostrándola tal cual es
a los ojos asombrados de los que la odian,
pero son incapaces de separar su dependencia de su anhelo.

La ciudad no es inocente y devora a sus hijos cada día.
Hunde casas, inunda túneles de Metro,
mata niños, desahucia vidas, degüella a brokers
en un oscuro callejón entre dos fraudes.

Nadie supervive a la ciudad. El que en calle
se convierta o en puente o acera, podrá optar a transitarla.
Quien se atreva  a vivirla o no tenga elección,
esta cavando su residencia más permanente
en la textura misma de una mirada muerta.

Nicolás Calvo
Madrid/Cañaveral
Agosto 2009

viernes, 12 de febrero de 2010

Cuando ames…



Cuando ames pide todas las cosas imposibles.
Exige de los labios promesas,
todas las hermosas mentiras que oír quieras,
que tu alma desee, que tu cuerpo necesite.
Déjate embrujar, engañar, embaucar,
porque amor y fantasía son uno.
Amor no resiste fuera de sus murallas.

¿Cómo apartarás el frío y la tormenta
si no crees que sus manos estarán
contigo por siempre para izarte al resguardo?
¿Cómo habrás de soportar la distancia
si tu corazón no cree, con fe ciega,
en que el otro corazón sólo en ti late?

Pide esta noche que, por nada,
se te entregue el mundo y confía
en que así ha de ser por tu delirio.
Promete, por encima de la razón,
que tus ojos serán suyos,
por encima de cualquier horizonte.

Si esto no haces, no morirás de amor,
y sin morir, Amor no vive.
Ni el dolor ni la miseria alientan amor,
pero afrontarlo es posible si Amor te ciega.

Olimpo bendice a los locos y expulsa a los cuerdos,
por eso hay Mundo, por eso Vida clama;
porque los enamorados se sacan los ojos del corazón
con los dedos cargados de esperanza.

Y no esperan sino en la mentira del otro
hallar el eco de la verdad propia y deseada.
Nadie que no juró amor eterno,
sabe nada de Amor ni de la vida,
aunque toda alma sepa que es mentira.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

jueves, 11 de febrero de 2010

La vida de espaldas

























Los miramos pasar, apenas
vislumbramos un perfil,
una ráfaga de aire mueve
el ruedo de una falda, un abrigo,
el cabello se enreda y no nos deja
ver la cara a nuestro lado.
Es a veces un hombre
el paseante, una espalda,
un dorso anónimo en la calle.

Nada induce a pensar
que son distintos de nosotros.
Nuestra espalda o nuestro perfil
tan anónimos en la muchedumbre
son, como otro cualquiera.

Anónimos, nada nos une
o separa, sombras,
viajeros paralelos en la noche
o el día, por las calles
transcurrimos sin ser Norte de ninguno.

Una espalda somos las mas veces
a la mirada desatenta de los otros.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

martes, 9 de febrero de 2010

Playa de Las Canteras

Paradigma de soles, la mañana
se eleva pujante de armonía azul.
Bajo los pies la playa cruje
de arenas vivaces, de cangrejos,
de estrellas de mar entre maderos
y redes de cebas y de algas.

Un fulgor irreal sobre las crestas
de las olas, se abate sobre la fina
línea  fugaz de la marea que sube
abarcando la sutil cintura de la playa
con su abrazo de sales y de espuma.

De una punta a otra me contemplo
como niño que, con pala y cubo,
se construye castillos al borde
embravecido de las aguas
y los ve derrumbarse y volver
a ser arena rubia de la orilla.

Y me veo navegando entre
las peñas y rozar la mano
de una novia o el pié sobre la arena,
descuidado, de la mujer que amé
con la suerte inocente de la vez
primera, con la frente limpia y la mirada.

Otra vez que he vuelto fue mi hija
la que me hizo ver con su brazada fuerte,
acompasada, que no me equivoqué
al enseñarle a cebar olas turquesa
en la orilla malva del verano.

Una playa puede, así descrita,
ser la suma de los años de una vida.
Una playa que crece en la memoria
y no se agota adentro, aunque no fluya,
el agua impar de su cristal
entre los dedos que dibujan su recuerdo.

Mil soles y tardes y mil lunas
pude ver acodado en su avenida.
Amigos, libros y topacios
compartí en los días y las tardes
con las conchas trituradas de mi playa.

No me apena el tenerla tan lejana,
en el tiempo de ahora aún la palpo,
aún se desliza su amor entre mis manos
y aún la siento crujir entre mis dientes.

Esta playa me vio de perfil ante la vida
apretar los puños y marcharme.
Esta playa me verá, desde su centro
volver a ella, vestido con las ropas de la brisa,
desnudo de pudor, ojos abiertos,
a besar su curva engalanada
para que me cierre los ojos con su aliento.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

lunes, 8 de febrero de 2010

La Isla

El perfil de mi Isla se extiende
sobre el mar, lámina de basalto
recortada sobre azules marinos y celestes.

Madre y madrastra, la Isla
no siempre fue buena con su hijo.
Intuyo que no la recuperaré:
la distancia creció demasiado adentro.

Mi deseo es conservar su olor,
la mirada de alguna gente,
una cierta luz, en el recuerdo.

Lo demás pertenece a una historia
que ya no es mía.

Nicolás Calvo
Madrid
Noviembre 2009

martes, 2 de febrero de 2010

El hombre en el estadio


Tengo asiento reservado en una grada que casi nadie frecuenta. Si me arrimo mucho a la pared sólo puedo ver la nuca del portero y la parte de atrás de sus calzones. Apenas veo el campo de juego y sólo puedo controlar las jugadas que se producen a la izquierda del guardameta. Sorpresivamente aparecen balones por el lado opuesto o algún jugador, propio o contrario, entra en mi campo de visión. Los gritos de los mejor situados me dicen la urgencia de una jugada o la probabilidad del gol. Cuando algo ocurre, vibro.

La mayor parte del tiempo la acción transcurre en el otro lado, pero otras veces veo una maraña de cuerpos que imagino sudorosos, tensos, con rabia, que luchan por el trozo de cuero hinchado como el cuerpo muerto de una vaca, al que golpean con varia suerte hasta que todo de nuevo se despeja.

A mi no me gusta el fútbol. Encontré el carné con la borrosa fotografía y el pase de temporada sobre el cuerpo de un suicida que nos trajeron al depósito. Desde entonces soy alguien con una misión en la vida: decidí ser un cuerpo vicario. Pensé que el suicida quizá merecía saber cómo acababa su equipo la temporada.

No se si puede ver a través de mis ojos, pero cuando vibro se que no soy yo: no me gusta el fútbol. Puede ser que él me agradezca el ofrecimiento o puede ser que la soledad esté haciendo de mi un hombre trastornado. Pero lo que sí se  es que, si ese balón entra por la escuadra, voy a gritar, levantar las manos; voy a vibrar. Porque se lo debo. Porque puede ser que él me lo deba.



Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

Higiene

Ordené mis sentimientos
y los puse, uno a uno, sobre la mesa.
Los miré un instante
como si no fueran míos,
luego los fui cogiendo
a voleo, sin prisas,
y los aplasté entre mis uñas
como solía hacer
cuando limpiaba de piojos
la cabeza de mi hija.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010
 
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