Debería dejar
algún testimonio,
un rastro de mi paso
inane, por la vida.
Pero me preocupa más
esa línea inconclusa en la pared,
la sombra de la nube sobre el suelo,
el lento transcurrir de los minutos
en el reloj de pesas del salón.
Tengo demasiada cosas que ver todavía
antes de pensar, que lo que veo, ha sido importante
o lo ha de ser, para alguien distinto que yo.
Sesenta y dos años no son excusa próxima
para dejar de otear el horizonte cada día,
contemplar el flujo sin fin de la marea,
el rubor de la tarde bajo el cedro.
la escueta hendija de la puerta.
Un sin fin de palabras
aún aguarda, un rumor
de vida se desliza
prudente, por mis manos.
Nicolás Calvo
Madrid
Diciembre 2011
Entre las hayas celestiales: tres poemas de Alba Seoane
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SEDIMENTO
El amor de las rocas está escrito
circula como los efluvios
por su piel áspera
lo escuchan al atardecer
perros famélicos
lectores de huesos y...
Hace 3 horas