miércoles, 17 de febrero de 2010

La ciudad y el navegante

No hay aceras por la que no discurra
nada distinto de la indiferencia, la prisa o el hastío.
Ojos hueros, negros, azules, sin color
aparente. Bocas cerradas, puños apretados.
¡Taxi, taxi!, voces, rumores. ¡Que molesto
es el sudor del aburrimiento!, de la rabia sorda.

En los sótanos de la ciudad la multitud
marca con sus pies un eco de frustración
y soledad.

Pequeños futuros se escapan, hora a hora,
por la rejilla de ventilación del suburbano.
Imposible captar el devenir de las conductas,
hoy menos menos definidas, menos claras que ayer.

Loa gestos cansados de los que no
abundan en el ocio contrapuntean
las sonrisas de los recién devueltos
al trabajo. Sólo es cuestión de tiempo.

Los vaivenes del día y de la noche
soportan la ciudad. Abiertos a un parque
algunos edificios guiñan sus persianas
al sol. No vecinas, otras casas muestran
las melladas encías de sus viejos comercios.

Nombrar la ciudad puede engañar:
poco se distinguen. Grandes urbes
oliendo a petróleo y derivados,
sudor de tarde y nubes heterogéneas.
A veces cambia el modo en que el crepúsculo
incide en las ventanas al caer la noche.

Hay ciudades más grises, más despojadas,
sonoras o más violentas que otras,
pero cada una guarda su cuota
de marginación y desespero con avaricia.

No quieren ser desposeídas del poder de la serpiente.
Terror y fascinación son patrimonio común
de sus numerosas mezquindades.

La ciudad se extiende, ramificada,
hongo inmenso que emerge a tramos, generando
subcolonias de hedor y sufrimiento.

Sólo quien viva la ciudad como un soporte
puede optar a una posible superviviencia:
la del navegante sobre la región sin márgenes,
aquel que suele la ciudad sin habitarla,
sin ceder a ella ni un minuto de existencia,
no queriendo una casa, un barrio, una calle;
viviéndolas todas por igual, sin peso ni preferencia.

Navegante esquinado y leve como un soplo,
fundador de amistades en bares no vueltos a visitar,
observador de vidas, vigilante de cristales,
presencia sin reflejo, paseante de avenidas
solitarias, nocturna ave de lúcidas pupilas.

Ni un sólo empalme, ni una conexión:
la toma de tierra es peligrosa;
el aire sólo al aire pertenece,
el fango es adhesivo y forma sedimento.

Sólo el que es capaz de no insultar a la ciudad
podrá desnudarla, mostrándola tal cual es
a los ojos asombrados de los que la odian,
pero son incapaces de separar su dependencia de su anhelo.

La ciudad no es inocente y devora a sus hijos cada día.
Hunde casas, inunda túneles de Metro,
mata niños, desahucia vidas, degüella a brokers
en un oscuro callejón entre dos fraudes.

Nadie supervive a la ciudad. El que en calle
se convierta o en puente o acera, podrá optar a transitarla.
Quien se atreva  a vivirla o no tenga elección,
esta cavando su residencia más permanente
en la textura misma de una mirada muerta.

Nicolás Calvo
Madrid/Cañaveral
Agosto 2009

5 comentarios:

  1. Enhorabuena por tu blog. Te leeré con atención. Un abrazo.

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  2. Me encanta este poema, Nicolás. Me parece excelente. ¡Un abrazo!

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  3. "Nadie supervive a la ciudad. El que en calle
    se convierta o en puente o acera, podrá optar a transitarla."...

    Tienes más razón que un santo...

    Enhorabuena por el blog.
    UN abrazo!

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  4. mmm Nicolás espectacular...
    transitamos por ella... nos almoldamos....y así podremos mostrarla tal cual es.....según nuestra mirada..

    saluditos...

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  5. El poema de un poeta para su única patria, como debe ser, la tierra de nadie y todos,la poesía ;)
    Y más, y más. Tus poemas, Nicolás dan para reflexionar sobre todo, y éste en particular me evoca muchos recuerdos sobre experiencias muy distintas. Por muchas palabras sobre las que se arme, es igualmente rico en conceptos.
    Eres como un pozo sin fondo con lo casi imposible que resulta encontrarlos.Un tesoro, eso es lo que eres.

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