martes, 2 de febrero de 2010

El hombre en el estadio


Tengo asiento reservado en una grada que casi nadie frecuenta. Si me arrimo mucho a la pared sólo puedo ver la nuca del portero y la parte de atrás de sus calzones. Apenas veo el campo de juego y sólo puedo controlar las jugadas que se producen a la izquierda del guardameta. Sorpresivamente aparecen balones por el lado opuesto o algún jugador, propio o contrario, entra en mi campo de visión. Los gritos de los mejor situados me dicen la urgencia de una jugada o la probabilidad del gol. Cuando algo ocurre, vibro.

La mayor parte del tiempo la acción transcurre en el otro lado, pero otras veces veo una maraña de cuerpos que imagino sudorosos, tensos, con rabia, que luchan por el trozo de cuero hinchado como el cuerpo muerto de una vaca, al que golpean con varia suerte hasta que todo de nuevo se despeja.

A mi no me gusta el fútbol. Encontré el carné con la borrosa fotografía y el pase de temporada sobre el cuerpo de un suicida que nos trajeron al depósito. Desde entonces soy alguien con una misión en la vida: decidí ser un cuerpo vicario. Pensé que el suicida quizá merecía saber cómo acababa su equipo la temporada.

No se si puede ver a través de mis ojos, pero cuando vibro se que no soy yo: no me gusta el fútbol. Puede ser que él me agradezca el ofrecimiento o puede ser que la soledad esté haciendo de mi un hombre trastornado. Pero lo que sí se  es que, si ese balón entra por la escuadra, voy a gritar, levantar las manos; voy a vibrar. Porque se lo debo. Porque puede ser que él me lo deba.



Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

3 comentarios:

  1. Genial. Muy emotivo!!

    ResponderEliminar
  2. ¡¡¡¡ Gooooooooooooooool... !!!!
    H.S.

    ResponderEliminar
  3. Estupendo Nicolás, gracias por compartirlo conmigo, es un inmenso placer leerte.

    ResponderEliminar

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.