Digo nada
porque nada
hay que decir.
Escucho
el silencio
en la cabeza,
la sangre en las venas,
el rumor de la noche
en los oídos.
Abro los huesos,
respiro ahí, al fondo.
Acaso oigo las uñas.
Cierro los ojos
sin la certeza de ser,
sin saber más allá
de la posible piel.
El sentir es sólo
una probabilidad
en la acuática
dilución
de los sentidos,
mas las horas se expanden
en la inmensa matriz
del tiempo que nos vive.
Ahora, pues,
no hablemos.
Nicolás Calvo
Madrid
Noviembre 2017
Entre las hayas celestiales: tres poemas de Alba Seoane
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SEDIMENTO
El amor de las rocas está escrito
circula como los efluvios
por su piel áspera
lo escuchan al atardecer
perros famélicos
lectores de huesos y...
Hace 2 días
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