miércoles, 1 de febrero de 2012

Elegía

Cansado de estar cansado,
caido sobre la mesa,
recostado
sobre el propio costado,
doliente,
durmiente, alejado de mi mismo ser,
propongo la república de las gaviotas
y de la arenas que transforman las dunas en playas.

Afirmo la conveniencia
del estado de curiosidad perpétua,
sin alias ni paliativos que tapien las ventanas.
Hablo con fervor de las primaveras
como naves necesarias de tráfico de amor
y dolor de vida, no de muerte.

Defiendo, con flores como espadas,
la dignidad del ser cada mañana,
pese a quien pese y a quien no agrade.

Reivindico la libertad del hombre,
como piedra sillar de la existencia,
sin la que no se levanta el sol tras el cristal,
aunque parezca que también hoy ha amanecido.

Me uno al grito que rompe tímpanos sordos,
cristales de Bohemia, copas talladas,
a cambio de cruzar campos sembrados,
compitiendo con el viento y despertando al agua,
a la carne, al calor, los miembros de los niños,
de las mujeres, de los varones que sudan,
fecundando el frescor de la mañana o la caida de la tarde.

No refrendo la oscuridad de los sucios,
los torpes y los necios.
Nada debemos a la maldad y si en nosotros
plantamos semillas de salvia, de te y de cardamomo,
floreceremos en olores y sabores saludables
que perfumarán nuestras manos, el corazón
y las acciones de nuestro cuerpo, alzado contra
la muerte como un muro de células, brillante
y profundo como un beso.

La vida nos rebosa por la espalda, por la frente,
por las bocas que acarician, que sonrien,
que pronuncian las palabras que conforman
el lenguaje sonoro de la tierra, del pez y del estanque,
de la madre, de la mano, del vino y de la sangre.

Unas línea de cal y rojo almagre, signan
la roca frente al mar que nos protege, amurallan
el corazón frente al fracaso y conceden al durmiente
paz eterna, junto a las verjas de hierro bien forjado.

Una nube de tul cruza los cielos, sellando un pacto milenario.
El pacto del amor y la alegría, el pacto del dolor y de la vida.
Pero no hay duda en el fondo de las almas. Mientras
el cielo se tiña de colores y las piernas recorran los caminos
y la sangre no se pare en sus canales, hemos de gozar
de nuestras vidas, del roce de los cuerpos de los vivos,
de los cantos de los locos y los niños, de la palabra amor
y de los ojos, que nos permiten viajar, sin tregua, al horizonte.

Nicolás Calvo
Madrid
Enero 2012

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