Perder el rumbo.
Cuántas veces encontrarse,
en la calle olvidada,
el barquito menudo de papel
bajo la marquesina llena de color,
sobre el charco seco.
Hecha de esquinas que volver
y revolver, cada paso
inviolable sin vuelta atrás, la infancia,
suma de esquinas
que construyen la ciudad.
Inabordable, la vida
transmuta los jardines
en pasillos verdes que conducen
a los baldíos de las afueras.
La suma de las esquinas
y los jardines
será nunca tan extensa
como las afueras
que pisaremos todos.
Ese jirón de piel
en cada revuelta
recompone, al final,
el terco niño
que algún día fuimos.
Nicolás Calvo
Madrid
Mayo 2011
Cantar mientras el mundo se derrumba
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Las obras supervivientes
*La degradación del arte se inicia con el enaltecimiento del artista, y
termina con la mercantilización de la obra. Lo mismo pa...
Hace 6 días
Y a ese niño, ¿lo recordamos como era realmente, o lo hacemos condicionados por nuestro yo actual? ¿Acaso no lo matamos cada día un poco? ¡Pobres de los niños que fuimos!
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