jueves, 17 de junio de 2010

Domingo de Primavera en París

Amerizo sobre mojado sol.
La mañana es sólo azul; azul pintado.
Cada palabra cuenta, aun muda,
y reclamo esa voz dormida.

¿Me coarto con reglas?
Nadie siente pasión por las aceras
a veces manchadas, a veces tan pobres,
mas, ¿por qué callar, viento?

Sólo una pupila, un ojo,
¡pero qué ojo!. Camina la mañana,
no a través de calles húmedas: de ríos,
de férreas veredas bajo el suelo.

Cabalga París sobre su límite
y su galope resuena en el corazón.
Nada mejor que dos torres para
mirarse a uno mismo desde lo alto.

Nada puede verse sin que sea viejo
en sí, pero nuevo a la mirada, sutil,
del propio nacimiento a las cosas
que la ciudad, abierta, propone.

París, como un trapo mojado,
se encoge un instante para, al sol,
dilatarse en el alma como un aroma
grande, profundo, de coñac viejo.

Como una cerveza bien tirada
la luz se desborda por las cúpulas
de palacios ocupados por la vida,
que circula, poderosa, bella, intratable.

Es una mañana en París, de lluvia
amanecida, de sol vencedor.
Quien la ha vivido conoce algo
para abrir los ojos, feliz, cada mañana.

Nicolás Calvo
París
Junio 2010

1 comentario:

  1. París deja huella, sin duda, y aquí queda su impronta en formato poema, un poema para leer más veces...

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.