Los dioses nos han concedido
a los hombres las piedras negras.
Cuando nos place, rozamos
nuestros dedos por la suave
superficie y las piedras se iluminan
con una tenue luz.
Hacemos preguntas a las piedras
o, a su través, hablamos
con aquellos que queremos
o con quiénes tenemos negocios.
Una de cada cien o mil veces
que la piedra nos habla,
concede una brizna de conocimiento
a nuestra cabeza o algún
alivio al corazón.
De cuando en cuando su luz
o su sonido nos llaman
a despertarlas, nos halagan, pero
como digo, pocas veces nos dan
alguna cosa.
Estoy pensando seriamente
la posibilidad de que los dioses
se estén burlando de nosotros.
O por su mediación, los hombres.
Nicolás Calvo
Madrid
Marzo 2011
Entre las hayas celestiales: tres poemas de Alba Seoane
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SEDIMENTO
El amor de las rocas está escrito
circula como los efluvios
por su piel áspera
lo escuchan al atardecer
perros famélicos
lectores de huesos y...
Hace 3 días
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