Me siento debajo del almendro.
Una leve brisa.
El horizonte, nítido. Allí
la nube, única, cruza el cielo,
lenta, imperturbable como una nube.
El aire, lleno de luz,
riela entre las hojas y las ramas.
Mi bolsa contiene dos libros,
pero ninguno abro.
Miro, en paz, la línea
a distancia finita que señala,
que marca,
el lugar del fin de la tierra.
No veo arcoíris alguno, pero
en su confín, está enterrado
un cofre de oro.
Ya la tarde me da su resplandor.
Por ahora no hay otro oro
que necesite.
Nicolás Calvo
Madrid
febrero 2011
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