viernes, 23 de abril de 2010

Marzo del 68


Los campos se extendían verdes en la mañana
bajo el sol, ya casi primaveral, de finales del invierno.
Nos miramos bien los cinco amigos y agarrados
firmemente de las manos a correr echamos,
como locos, por el alto sembrado de espigas claras.

El aire en la cara, el sol en los ojos, las barbas
del cereal azotando nuestros finos rostros
de dieciocho años, el pecho henchido, amplio,
a reventar de gozo. Las piernas ágiles saltando
del suelo, por encima de las piedras y los surcos vanos.

En un momento las manos se soltaron y cada corazón
tomó su rumbo, creando un rastro en forma de palma
que nos alejaba, radiante, del centro primero, abriendo
surcos de maravilla, dejando estelas de verde oscuro
sobre las grandes, cuadradas, parcelas de millo.

Llegamos al otro lado, sudorosos, felices, anhelantes.
No supimos entonces qué empezaba, mas, de un modo
impar, nos intuimos al futuro proyectados a partir
del mágico momento allí vivido. No volvimos a tener
el sol en alto ni las anchas praderas al alcance.

Otros campos, otros días vinieron a llenar nuestros
deseos, algunos muy profundos, otros hermosos.
Ninguno alcanzó la plenitud, el goce inmenso, panteísta,
de sentirse un bello animal de exquisita piel, músculos
tensos, que hermanaba su cuerpo con el cielo, con la tierra,
con las plantas y el salobre sudor que, trasparente, resbalaba
a sagrados chorros por la tersa piel de nuestros cuerpos
consagrados, plenos de ardor en pagana celebración
de la tierra frente al cable, la calle y el cemento.

Cayó el sol y nos rendimos. La vuelta a la ciudad no fue derrota,
sólo aceptación de verdad, de niñez breve, de juventud en flor,
de madurez en ciernes. La imagen de ese día ha vivido
conmigo desde entonces. Nunca agradecí bastante ese rayo
de sol que aún atesoro y esa verde pradera, que en mis sueños,
aún recorro algunas veces, cuando la noche me ofrece
la ventana anhelada a los comienzos, cuando el mundo era nuevo,
cuando el mundo era simple, feliz y nosotros, inocentes.


Nicolás Calvo
Madrid
Abril 2010

2 comentarios:

  1. Bueno, esta inyección de energía le pone las pilas a cualquiera, pero no hay que lamentar el paso del tiempo, al menos nos proporciona serenidad, que debe ser muy cansado vivir siempre a tope. También el recuerdo es un motor de vida.

    Me ha gustado mucho ver ese destello de juventud en tu poema. Un abrazo.

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  2. A veces es bello evocar nuestros recuerdos (sobre todo aquellos que nos hicieron ser felices)..
    El paso del tiempo es necesario para el caminar de nuestra vida y cada edad tiene su momento bello, con el que nos hemos de quedar y guardar como un tesoro..

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