miércoles, 31 de marzo de 2010

Al-‘arabiyya

Es la arena de Al-‘arabiyya diferente. Pedregoso
desierto que enceguece junto a la orilla esmeralda
de un mar, tan inmisericorde como el propio baldío
que baña bajo el cielo, duro como la cúpula de azul
zafiro del templo, donde su dios habla con palabras
de amor que algunos interpretan como clavos
de acero que hincar en el alma y las conciencias
de una gente valiente, que vive con poco
y desea aún menos, embriagada de espacio y libertad.

Mujeres voluptuosas cubiertas hasta la desaparición.
Poblados errantes donde esas mujeres son sueños
nebulosos que sueñan hombres envueltos en nubes de kif
y de hierbas con olor a jazmín y a rosas, mujeres
que habitan el lugar de la poesía y perviven, reales,
entre el temor y el desprecio, la ignorancia y los hijos,
enamoradas de hombres hermosos que ven la realidad
a través de insondables espejos que sólo reflejan
las paredes de sus ciegas prisiones interiores.

Un fervor sobrehumano los lanza a la conquista y luchan
como inmortales, volcados ya hacia los tiempos en que,
a través de sus manos, la Naturaleza hablará al Hombre
y levantarán palacios de jade y de marfil donde el agua
cantará al agua para crear el milagro del jardín, de la vida
ante la muerte; del reposo frente al caos cegador de lo
imposible que hace al hombre letal enemigo del hombre
e improbable donador de paz, de amistad, en su mirada;
predador inmisericorde de la felicidad de la existencia.

He luchado contra ellos mil veces y una más, cubierto
de hierro, empuñando lanzas afiladas y pesadas espadas
que rompían, una y otra vez, sus formaciones y que,
a la postre, de nada han servido. Vencidos, abandonamos
la Tierra Santa que por años fue cristiana. Sólo una vez
pude hablar con un lenguaje diferente del chirrido del acero
o el golpe de hacha sobre la cota de malla. Una mujer,
noble entre sus gentes, se acercó al campamento, roto de ayes
y repleto de banderas apestando a sangre y a intestinos.

Su hijo yacía, gravemente herido, en las tiendas de su campo.
Los médicos habían abandonado toda esperanza y carecían
de medicinas  para calmar su agonía. Se hizo entender en la florida
lengua franca que hablamos los soldados. Si lográbamos calmar
de su hijo el dolor, las bendiciones de su dios, sobre nosotros
ofrecía y un cofre de monedas, su peso entre dos mulas
bellamente enjaezadas depositado, como presente al capitán
de la cristiana hueste. Si acaso pudiésemos salvar su vida,
ella misma se agregaría, altiva y fría, al tesoro así ofrecido.

Miré sus ojos y sus manos y asentí. Nuestro mejor cirujano
la acompañó a su campamento con dos expertos boticarios.
Tres días lucharon por salvar esa vida y al atardecer del cuarto,
la hermosa se presentó en la entrada de mi tienda y levantó
el velo que ocultaba el resto de su rostro. La envié de vuelta
a su casa y le rogué que cuidara a su hijo para que éste pudiera
dar testimonio de que, el valor de su madre, breves detuvo
unos instantes la guerra y los guerreros habían vuelto a ser
hombres y a reconocerse, silencio entre ellos, como tales.

Años más tarde he sabido que éste que hoy nos vence, es aquél
al que donamos la vida porque una mujer, de manos bellas
y voz enfebrecida, ofreció todo lo que tenía para que así fuera.

Nunca me arrepentí de aquella tarde y creo que el hombre
que a mi lado empuña, como ayer, del cirujano la lanceta,
tampoco considera que hizo mal siendo médico en vez de asesino.


Nicolás Calvo
Madrid
Marzo 2010



viernes, 26 de marzo de 2010

Exordio

"Principio, introducción, preámbulo de una obra literaria, especialmente primera parte del discurso oratorio, la cual tiene por objeto excitar la atención y preparar el ánimo de los oyentes". 


Esto dice el Diccionario de la Real Academia Española. Esa, pues, es mi intención; excitar la atención y preparar el ánimo de los oyentes ("leyentes" en este caso) para el disfrute de la obra. No dejarán de perdonarme el modo, claramente antiguo, de esta presentación; pero es que me divierte mucho el tono formal que presta a todo una atmósfera distante, nada coloquial ni cercana, sino mas bien académica y retórica. Un juego que que espero resulte tan gratificante al lector como ameno lo es para mi. 


Esta es la segunda parte de la tetralogía que aún no tiene nombre definitivo y que comenzó con la mediterránea Ophir y se desplaza ahora a la nórdica Fenris. Que Vds., perspicaces lectores, lo lean bien.


Un saludo


Nicolás Calvo
Madrid 
Marzo 2010

Fenris

Al Norte, en las montañas que lobos y trasgos
dominan, un pueblo de ceñudos guerreros,
en su fría ciudad natal de madera y hielos,
levanta toscas piras que enciende a la gloria
del dios de abiertas fauces y húmedos colmillos.

Así, con temor, los pocos viajeros que a su torva
ciudad arribamos, a una rama con grasa de ciervo
damos fuego sobre la más alta colina que
cierra el camino hasta la gris empalizada,
de musgosos troncos, cuyo lugar abarca.

Fenris la ciudad se llama y a ella ingresamos
a través de este pacto de luz y calor con el numen.
El barro señorea las callejas y se pega al ruedo
de las faldas de rubias mujeres de pechos generosos,
que arrastran la leña, curten las pieles o atizan
el fuego sobre el que el guiso de cordero humea.

Rara vez sonríe esta raza de serias mujeres
de niños sombríos y de hombres tan fuertes
como sus lanzas o sus escudos, sobre los que
vuelven orgullosos vencedores o tristes despojos
de carne, huesos y tendones rotos, desgarrados,
en los sucios, sangrientos y escasos días de la derrota.

Sus risas se oyen, destempladas, cuando en
brutales razzias al enemigo abaten cruelmente
y entonces el hidromiel y la cerveza corren por
sus cuerpos y gargantas y brillan las ajorcas de oro
en los tobillos y los torques de bronce en los rudos
pechos. Carcajadas y gritos y empujones y manos
que vuelan a las nalgas, y bromas femeniles que,
empuñándolos, comparan penes, flácidos o erguidos
miembros, obscenos gestos que celebran la orgía
del guerrero y la valkiria, de la esclava, la señora
o la criada que, al rayar el alba, volverán a su puesto
junto al cerdo, el cordero o la cuna sobre la que
el niño rubio y fuerte muerde el pecho y lacta vida,
rescatada de las nubes del alcohol, en los senos
hinchados de su madre, su hermana o su nodriza.

Un hombre maté en agria disputa pues más hábil,
maligno o traicionero fue mi criminal golpe. Su
hembra, su hijo y su casa adquirí con estocada
asesina. Los ojos de su familia no se humedecieron
cuando su broncíneo torque decoró mi pecho
y la hermosa mujer ocupó su lado en mi cama.

A su hijo entrené durante un año en las artes
de la guerra, el dolor y la violencia. Entre hombres
brutales fui brutal, entre nobles y dignos combatí.
Su honor, su casa, su dios pesaban sobre sus frentes
y ceñían sus corazones con fuertes, onerosas, cargas.

Mi hembra fue generosa en la cama, parca en la palabra
y seca en el amor, mas de alta frente y puño fuerte
con los que encauzar hijo, hacienda, hombre y casa.

Cuando de nuevo las blancas, altas nieves comenzaron
a borrar de los caballos las huellas en los caminos,
le hablé de irme y de que conmigo su hijo y ella
compartieran viaje hacia soles desconocidos, hacia tierras
de arena y calor, acompañando mi lecho y mi destino.

A través de doradas pestañas me abrazó con su mirada
y entre altiva y desdeñosa, sus palabras sonaron
como ecos en el valle. Pertenezco a mi pueblo y a mi sangre
y mi hijo no es tuyo, ni mi casa. Si eres quien creo que eres
aquí me dejarás con mi honor intacto. La entregué en matrimonio
al hermano de su marido muerto. Los tres me despidieron
entre abrazos rígidos y fuertes, pero esperaron juntos
en lo más alto de la más alta colina a que mi silueta
se fundiese en la distancia. Aún llevo sobre mi pecho el torque
broncíneo de su padre, hermano y marido, mi abatido adversario.

Nicolás Calvo
Madrid
Marzo 2010

miércoles, 17 de marzo de 2010

Proemio

Es excelente no haber tenido nunca vida interior. Esta premisa concede al escribidor enormes licencias y al lector tanto la posibilidad de disculpar como de gozar las inepcias del torpe amanuense. Esta que aquí presento, Ophir,  rodeada del prestigio de lo arcaizante, es la primera de una serie que constará de cuatro piezas que están a caballo (o se quedan) entre el poema y la prosa poética. No le daría yo un nombre u otro y querría que fuese el atrevido lector el que las calificase. Espero, que si son del gusto de alguien, no vacile en dejar una nota al borde del camino para deleite del oficiante y de los manes que en el templo, junto al camino, velan por los viajeros. ¡Evohé, hermanos, evohé!

Nicolás Calvo
Madrid
Marzo 2010

Ophir

Arribé a Ophir y a los pies del dios de polimorfas apariencias, deposité
mi ofrenda como un viajero más que agradece la llegada al puerto
y previene la próxima partida, que supone no lejana, con dones
y dádivas ante los altares de extrañas y paganas deidades.

Ophir, la Bella, desparrama su blanco caserío por la falda
de la montaña, vecina al mar y por la fértil llanura; llanura
a la que el río, que llaman Escamandro, cerca y fecunda
con aguas brillantes; frescas riberas, verdes y olorosas.

De Ophir se cuenta, cuyos palacios son casas, que de ellos
en la noche, salen las veladas mujeres, criadas y princesas,
embozadas en grises mantos de niebla para ofrecerse, lascivas,
en danzas amorosas, a los oscuros marineros llegados
de todas las aguas, empujados por todos los vientos
y que de su unión nacen los reyes y los guerreros de la Invisible.

Hablan las blancas paredes y los negros frontispicios de Ophir,
la Dorada, la ceñida por calles estrechas y murallas altas,
de otras sombras travestidas, que de los precisos palacios,
buscan el sexo entre otros hombres y que los mismos u otros solitarios
marineros derraman la semilla en sus gargantas a cambio de amor,
de ricas sedas,  sabrosos vinos, de favores o de crímenes.

La flota de Ophir es poderosa, pero quien defiende a Ophir
no es la guerra, sino las noches lánguidas de Junio y Julio,
los cálidos abrazos, los muslos, las bocas. las nalgas,
las espaldas o los senos; los cuerpos que en Agosto elevan sus roces,
sus murmullos, sus caricias, al dios de polimorfas apariencias
en óbolo dichoso que la ciudad otorga feliz por la paz deseada.

Fue Ophir muchas veces caída en derrota pero, poco tiempo pasado,
al ocaso de la tarde podíase ver a su tirano rendido entre flores y vino
mientras su espada y su yelmo se cubrían de orín, abandonados
bajo el tálamo, a los pies preciosos de una bella escultura humana
de negros cabellos ensortijados o de hermosas manos de alabastro,
mientras de la ciudad entera subía el calor del verano hasta las sienes.

Otros, bajo los puñales que los capitanes de la guardia en las rojas
capas limpiaban de su sangre, yacían olvidados, víctimas del dios
hermoso que cerró las ambiciosas luces de sus caras con la negra
mano de la Muerte, comprada con plata dorada entre sus propias huestes.

El viajero respeta Ophir y le rinde homenaje entre vapores de incienso
y suaves telas; mas parte y desde la alta popa de su navío despide
la blanca concha de su bahía, incandescente en el crepúsculo, porque
no es en Ophir donde su alma desea descansar. Aún es pronto, la mar
se extiende como una incógnita muralla de aterciopeladas aguas, tendida/
como una hembra preñada de futuros y el navegante, aún curioso,
pretende saber qué se esconde más allá, donde el refulgente sol se vela
y se esconde cada noche mientras su pálida hermana, de trenzas de plata,/
de nácar y corales ornada comienza a reinar, rielando, entre las olas.

Nicolás Calvo
Madrid
Marzo 2010

jueves, 11 de marzo de 2010

Pequeñas sevicias

¿Ya te vendiste hoy?
Disfruta tu precio.
Es posible que mañana
no cobres por lo mismo.

Nicolás Calvo
Madrid
Marzo 2010

viernes, 5 de marzo de 2010

Un hermoso día

Recogió los restos de tristeza
esparcidos por el mantel
y los arrojó al cubo de la basura
mezclados con las migas de pan
del desayuno.

Se ciñó, con la cabeza alta,
la bandolera al hombro
y junto al pañuelo tiró
las pobres secreciones del dolor
de la mañana.

Sacó de su gorra los últimos
restos de la noche y al abrir
la puerta, una brillante línea de luz
vertical, le partió la frente
entre los ojos.

Nicolás Calvo
Madrid
Marzo 2010

miércoles, 3 de marzo de 2010

Tres miniaturas

Lunes

Hoy he descubierto
que padezco
una enfermedad terminal:
la vida.


Martes

No se si compensan
la soledad que siento
estas someras líneas
que, en ocasiones, llamo versos.


Miércoles

Si el bisturí
no sana la herida,
¿a qué hurgar las páginas
con el filo de la palabra?
Puede que el verso
tampoco resulte eficaz
contra el tedio.

Nicolás Calvo
Madrid
Marzo 2010

viernes, 26 de febrero de 2010

La noche y la esperanza a las puertas

La noche despierta en mi
temores ocultos que viven
bajo la piel de cada hombre
y no basta la inabarcable inmensidad
del cielo, ensortijado de planetas,
para calmar el ansia, la angustia,
que en la profundidad de mi alma
anidan, como en la de toda criatura
que, sobre este mundo nace
entre sangre, lágrimas y si
Fortuna la toca, amor.

No deseo, al fin del día,
la persiana bajada que me aparta
de la acera que bordea la calle
y me acerca al muro interior
que separa del flujo feliz
de la vida, a la que, con los ojos abiertos
contemplo, día día, esperanzado.

A lo mejor es la esperanza
la que fluye entre mis dedos
y la que se escurre ya, sin la posibilidad
de aferrarla e hincándola en lugar seguro,
hacer florecer en una planta
de robustas raíces, de profundos colores
de vida espléndida, siempre futura.

¿Deberíamos matar la esperanza
que nos remite, sin remedio, a ese futuro
siempre alejado, a ese horizonte
inalcanzable, postergado y vivir
ausentes de mañana, cada hora
plantados como rocas en el presente
incólume de los días?

Quien no espera, construye
el mundo a su alrededor
y eleva el instante de forma
inconmensurable. Vive
cada minuto como la preciada
joya que su ser representa:
el instante presente e infinito
hasta el día de la consumación.

Mas no me educaron así y mis ojos
siempre estuvieron un palmo por delante
de mis pies, unos milímetros por delante
de mi escritura, unos segundos
por delante de mi corazón, puestos siempre
en la esperanza, no de algo mejor,
sino más lejano; proyectados al tiempo
y a la distancia que orbitan más allá
de los terrestres cuerpos cautivos.

No puedo abandonar la esperanza,
siquiera ésta fuese la de que
el siguiente dolor durase menos
y la próxima alegría dejase aún
paso a la escurridiza sonrisa
sucesiva de otro nuevo rayo de sol
sobre mi cara alzada al mediodía.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

lunes, 22 de febrero de 2010

Alejandra Pizarnik sentada para siempre en la Librería Clásica y Moderna

¿Qué más podrían decir ese poema y esa mirada
viniendo de tan adentro
que mi lámpara no alcanza a definirlos?

¿Cómo aquilataste, Alejandra, el peso de una pierna
sobre otra para alcanzar un frustrado equilibrio
de emociones vacías hasta las altas horas
de la Vida y de la Muerte?

¿Cómo, Alejandra, te volviste del revés
para encontrarte en la trastienda fugaz de tu vestíbulo,
sorbiendo poesía por los poros, sudando versos
por las uñas de tus dedos?

¿Donde te llevaron tus pies cuando te fuiste, cuando
tantas palabras te adoraban, cuando
tantos deseos te envolvían?

Los mejores te escribieron, desolados. Querían
saber más de ti. Tu te callaste.
Los versos que dejaste arremangados en la mesa
nos despiertan el alma a borbotones.

Alejandra, qué tarde y qué temprano
te encontré a la puerta. No compensa
el puñado de líneas que te escribo
el dolor de tus ojos cerrados,
tu soledad ante el muro y la ventana.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

miércoles, 17 de febrero de 2010

La ciudad y el navegante

No hay aceras por la que no discurra
nada distinto de la indiferencia, la prisa o el hastío.
Ojos hueros, negros, azules, sin color
aparente. Bocas cerradas, puños apretados.
¡Taxi, taxi!, voces, rumores. ¡Que molesto
es el sudor del aburrimiento!, de la rabia sorda.

En los sótanos de la ciudad la multitud
marca con sus pies un eco de frustración
y soledad.

Pequeños futuros se escapan, hora a hora,
por la rejilla de ventilación del suburbano.
Imposible captar el devenir de las conductas,
hoy menos menos definidas, menos claras que ayer.

Loa gestos cansados de los que no
abundan en el ocio contrapuntean
las sonrisas de los recién devueltos
al trabajo. Sólo es cuestión de tiempo.

Los vaivenes del día y de la noche
soportan la ciudad. Abiertos a un parque
algunos edificios guiñan sus persianas
al sol. No vecinas, otras casas muestran
las melladas encías de sus viejos comercios.

Nombrar la ciudad puede engañar:
poco se distinguen. Grandes urbes
oliendo a petróleo y derivados,
sudor de tarde y nubes heterogéneas.
A veces cambia el modo en que el crepúsculo
incide en las ventanas al caer la noche.

Hay ciudades más grises, más despojadas,
sonoras o más violentas que otras,
pero cada una guarda su cuota
de marginación y desespero con avaricia.

No quieren ser desposeídas del poder de la serpiente.
Terror y fascinación son patrimonio común
de sus numerosas mezquindades.

La ciudad se extiende, ramificada,
hongo inmenso que emerge a tramos, generando
subcolonias de hedor y sufrimiento.

Sólo quien viva la ciudad como un soporte
puede optar a una posible superviviencia:
la del navegante sobre la región sin márgenes,
aquel que suele la ciudad sin habitarla,
sin ceder a ella ni un minuto de existencia,
no queriendo una casa, un barrio, una calle;
viviéndolas todas por igual, sin peso ni preferencia.

Navegante esquinado y leve como un soplo,
fundador de amistades en bares no vueltos a visitar,
observador de vidas, vigilante de cristales,
presencia sin reflejo, paseante de avenidas
solitarias, nocturna ave de lúcidas pupilas.

Ni un sólo empalme, ni una conexión:
la toma de tierra es peligrosa;
el aire sólo al aire pertenece,
el fango es adhesivo y forma sedimento.

Sólo el que es capaz de no insultar a la ciudad
podrá desnudarla, mostrándola tal cual es
a los ojos asombrados de los que la odian,
pero son incapaces de separar su dependencia de su anhelo.

La ciudad no es inocente y devora a sus hijos cada día.
Hunde casas, inunda túneles de Metro,
mata niños, desahucia vidas, degüella a brokers
en un oscuro callejón entre dos fraudes.

Nadie supervive a la ciudad. El que en calle
se convierta o en puente o acera, podrá optar a transitarla.
Quien se atreva  a vivirla o no tenga elección,
esta cavando su residencia más permanente
en la textura misma de una mirada muerta.

Nicolás Calvo
Madrid/Cañaveral
Agosto 2009

viernes, 12 de febrero de 2010

Cuando ames…



Cuando ames pide todas las cosas imposibles.
Exige de los labios promesas,
todas las hermosas mentiras que oír quieras,
que tu alma desee, que tu cuerpo necesite.
Déjate embrujar, engañar, embaucar,
porque amor y fantasía son uno.
Amor no resiste fuera de sus murallas.

¿Cómo apartarás el frío y la tormenta
si no crees que sus manos estarán
contigo por siempre para izarte al resguardo?
¿Cómo habrás de soportar la distancia
si tu corazón no cree, con fe ciega,
en que el otro corazón sólo en ti late?

Pide esta noche que, por nada,
se te entregue el mundo y confía
en que así ha de ser por tu delirio.
Promete, por encima de la razón,
que tus ojos serán suyos,
por encima de cualquier horizonte.

Si esto no haces, no morirás de amor,
y sin morir, Amor no vive.
Ni el dolor ni la miseria alientan amor,
pero afrontarlo es posible si Amor te ciega.

Olimpo bendice a los locos y expulsa a los cuerdos,
por eso hay Mundo, por eso Vida clama;
porque los enamorados se sacan los ojos del corazón
con los dedos cargados de esperanza.

Y no esperan sino en la mentira del otro
hallar el eco de la verdad propia y deseada.
Nadie que no juró amor eterno,
sabe nada de Amor ni de la vida,
aunque toda alma sepa que es mentira.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

jueves, 11 de febrero de 2010

La vida de espaldas

























Los miramos pasar, apenas
vislumbramos un perfil,
una ráfaga de aire mueve
el ruedo de una falda, un abrigo,
el cabello se enreda y no nos deja
ver la cara a nuestro lado.
Es a veces un hombre
el paseante, una espalda,
un dorso anónimo en la calle.

Nada induce a pensar
que son distintos de nosotros.
Nuestra espalda o nuestro perfil
tan anónimos en la muchedumbre
son, como otro cualquiera.

Anónimos, nada nos une
o separa, sombras,
viajeros paralelos en la noche
o el día, por las calles
transcurrimos sin ser Norte de ninguno.

Una espalda somos las mas veces
a la mirada desatenta de los otros.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

martes, 9 de febrero de 2010

Playa de Las Canteras

Paradigma de soles, la mañana
se eleva pujante de armonía azul.
Bajo los pies la playa cruje
de arenas vivaces, de cangrejos,
de estrellas de mar entre maderos
y redes de cebas y de algas.

Un fulgor irreal sobre las crestas
de las olas, se abate sobre la fina
línea  fugaz de la marea que sube
abarcando la sutil cintura de la playa
con su abrazo de sales y de espuma.

De una punta a otra me contemplo
como niño que, con pala y cubo,
se construye castillos al borde
embravecido de las aguas
y los ve derrumbarse y volver
a ser arena rubia de la orilla.

Y me veo navegando entre
las peñas y rozar la mano
de una novia o el pié sobre la arena,
descuidado, de la mujer que amé
con la suerte inocente de la vez
primera, con la frente limpia y la mirada.

Otra vez que he vuelto fue mi hija
la que me hizo ver con su brazada fuerte,
acompasada, que no me equivoqué
al enseñarle a cebar olas turquesa
en la orilla malva del verano.

Una playa puede, así descrita,
ser la suma de los años de una vida.
Una playa que crece en la memoria
y no se agota adentro, aunque no fluya,
el agua impar de su cristal
entre los dedos que dibujan su recuerdo.

Mil soles y tardes y mil lunas
pude ver acodado en su avenida.
Amigos, libros y topacios
compartí en los días y las tardes
con las conchas trituradas de mi playa.

No me apena el tenerla tan lejana,
en el tiempo de ahora aún la palpo,
aún se desliza su amor entre mis manos
y aún la siento crujir entre mis dientes.

Esta playa me vio de perfil ante la vida
apretar los puños y marcharme.
Esta playa me verá, desde su centro
volver a ella, vestido con las ropas de la brisa,
desnudo de pudor, ojos abiertos,
a besar su curva engalanada
para que me cierre los ojos con su aliento.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

lunes, 8 de febrero de 2010

La Isla

El perfil de mi Isla se extiende
sobre el mar, lámina de basalto
recortada sobre azules marinos y celestes.

Madre y madrastra, la Isla
no siempre fue buena con su hijo.
Intuyo que no la recuperaré:
la distancia creció demasiado adentro.

Mi deseo es conservar su olor,
la mirada de alguna gente,
una cierta luz, en el recuerdo.

Lo demás pertenece a una historia
que ya no es mía.

Nicolás Calvo
Madrid
Noviembre 2009

martes, 2 de febrero de 2010

El hombre en el estadio


Tengo asiento reservado en una grada que casi nadie frecuenta. Si me arrimo mucho a la pared sólo puedo ver la nuca del portero y la parte de atrás de sus calzones. Apenas veo el campo de juego y sólo puedo controlar las jugadas que se producen a la izquierda del guardameta. Sorpresivamente aparecen balones por el lado opuesto o algún jugador, propio o contrario, entra en mi campo de visión. Los gritos de los mejor situados me dicen la urgencia de una jugada o la probabilidad del gol. Cuando algo ocurre, vibro.

La mayor parte del tiempo la acción transcurre en el otro lado, pero otras veces veo una maraña de cuerpos que imagino sudorosos, tensos, con rabia, que luchan por el trozo de cuero hinchado como el cuerpo muerto de una vaca, al que golpean con varia suerte hasta que todo de nuevo se despeja.

A mi no me gusta el fútbol. Encontré el carné con la borrosa fotografía y el pase de temporada sobre el cuerpo de un suicida que nos trajeron al depósito. Desde entonces soy alguien con una misión en la vida: decidí ser un cuerpo vicario. Pensé que el suicida quizá merecía saber cómo acababa su equipo la temporada.

No se si puede ver a través de mis ojos, pero cuando vibro se que no soy yo: no me gusta el fútbol. Puede ser que él me agradezca el ofrecimiento o puede ser que la soledad esté haciendo de mi un hombre trastornado. Pero lo que sí se  es que, si ese balón entra por la escuadra, voy a gritar, levantar las manos; voy a vibrar. Porque se lo debo. Porque puede ser que él me lo deba.



Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

Higiene

Ordené mis sentimientos
y los puse, uno a uno, sobre la mesa.
Los miré un instante
como si no fueran míos,
luego los fui cogiendo
a voleo, sin prisas,
y los aplasté entre mis uñas
como solía hacer
cuando limpiaba de piojos
la cabeza de mi hija.

Nicolás Calvo
Madrid
Febrero 2010

miércoles, 27 de enero de 2010

Reflexión del poeta

Escribir poemas como espadas
carece de sentido.
Tiene sentido morir dulcemente
la agonía de los nardos,
sin levantar la cabeza, sin un ruido,
nada, ni un recuerdo que nos preceda
o una tasación que nos aquilate.

¿Importa una opinión marcada?
Cuando camine hasta el borde
habrá aprendido algo:
de nada vale la negación,
no hay otro camino que el muro; 
ciego y paralelo.

Las noches en cada sitio
ya no esperan, adelantan
a los coches con sus luces de neón.
Ni una sonrisa en la puerta,
cada vez que escribo me desmarco, 
un signo de silencio habita mi garganta.

Esta vez la luna clara
impide el movimiento.
Las pulseras me atenazan 
las muñecas. Espero,
sin mucho deseo, la próxima
línea de escritura.

De poco vale lo antedicho
si, llegado aquí, no hay retirada.
Cada vida en sus partes se deshace
antes de hallar la respuesta.
No ignoro que la Fe 
es la mas ciega de la hijas.

Cuando llegue el momento aquí estaré.

Nicolás Calvo 
Madrid
Julio 2009



martes, 26 de enero de 2010

Mirando al cielo

Lo último que oyó
fue el zumbido del aire
en sus oídos.

El crujido de su cráneo
contra el suelo
sólo lo oyeron los pájaros
del parque.

Nicolás Calvo
Madrid
Enero 2010

lunes, 25 de enero de 2010

Lone Rider

La Noche tiró sus dados
y gané yo.
La apuesta tiene 
fácil explicación:
yo me jugaba una oportunidad,
la Noche, una asechanza.

Por eso estoy aquí, 
al borde de la mañana,
apoyado firmemente 
en la puerta del viejo Chevy,
mirando hacia adelante,
hacia la recta autopista
que se pierde, aún,
en la distancia

Nicolás Calvo
Cañaveral
Enero 2010
 
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