La ventana la enmarca, sentada.
Lee atenta un libro cuyas páginas,
con dedos parsimoniosos, pasa.
Un rayo de sol ilumina la estancia.
Su sombra y la silla dibujada sobre el suelo,
prolongan la placidez de la tarde.
La calma atraviesa la entornada cristalera.
Ojalá esos flotantes copos de luz
visitaran con más asiduidad
mi propia ventana.
Mi absurdo cuarto
repleto de oscuras premoniciones.
Nicolás Calvo
Madrid
Mayo 2010
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